martes, 17 de marzo de 2009

5- A modo de Conclusion: la multitud resiste

Hemos visto a lo largo de todo el trabajo una idea esencial que parte de Michel Foucault y que asumen prácticamente la totalidad de teóricos que se acercan de frente o indirectamente al concepto de resistencia. La resistencia siempre es posible, no hay justificación para la inacción. A pesar de los cantos de sirena del fin de la historia, que en el fondo significan la negación del conflicto transformador de la sociedad, a pesar de las cada vez más poderosas tecnologías de imposición de ideología, el sujeto puede enfrentarse al proceso de individualización que le construye.

En una sociedad en la que nos acribillan con todo tipo de información seleccionada, que va conformaándonos, que nos somete y acomoda, tenemos el deber de abrir los párpados y esforzarnos en, como diría Nietzsche, abrir los ojos que hay detrás de los ojos para ver lo que hay tras el velo de Maia de la Ideología.

Esto es cada vez más difícil, puesto que hemos visto que los referentes colectivos han sido ocultados por los intereses productivos del sistema económico neoliberal postfordista. La transmisión de estructuras de comportamiento mediante la gubernamentalidad ha existido desde los inicios de la modernidad, pero antes disponíamos del escudo del grupo, de las asociaciones, de los sindicatos, para defender nuestros intereses como obreros, como ciudadanos, como individuos que construían sociedad y a cambio recibían compensación en forma de derechos y garantías.

La posmodernidad, la modernidad líquida, nos deja cada vez más desnudos ante la invasión mediática de nuestros espacios comunes y de nuestra intimidad. Nuestros deseos están al alcance de la mano manipuladora de las nuevas técnicas de perpetuación del poder, del status quo. Y aun así, la resistencia es siempre una opción y, conforme el sistema radicaliza sus contradicciones autodestructivas, cada vez más una obligación.

Sin embargo, insistimos en que la resistencia está siempre presente, a veces de manera evidente y activa y otras de forma oculta y rutinaria. Porque la resistencia es poder y el poder es un flujo constante en el que permanentemente hay conflicto entre fuerzas. No es necesario que actuemos de modo consciente contra la dominación para que tengamos actitudes resistentes en lo cotidiano. Esto es así, porque la resistencia es poder y éste nos conforma, nos recorre, nos forja como sujetos. La premisa fundamental de la resistencia es que siempre se da, queramos o no, aparentemos estar totalmente sometidos o seamos críticos. La otra cara de la resistencia, la resistencia social y activa, tiene más dificultades para lograr sus objetivos en una sociedad en que los individuos se encuentran aislados entre la multitud, el nuevo terreno donde se forja la lucha colectiva contra los dominadores.

¿Qué pueden hacer los movimientos sociales para expresarse de forma eficaz en la modernidad liquida, en el mundo de la flexibilización laboral y sentimental entre los seres humanos sometidos a ella? ¿Cómo puede zafarse el sujeto de la imposición de estereotipos y de una determinada forma de ver el mundo?

El pueblo moderno ha sido transformado en la Multitud posmoderna, de la mano del triunfo del poder transnacional basado en la primacía del mercado frente a una escuálida política. Las características del poder han cambiado, se trata ahora de un poder difuso, invisible, ubicuo, desterritorializado, lo que le hace menos enfocable a la hora de enfrentarse a él.

Sin embargo, hemos visto que esas mismas características abren nuevas puertas a la resistencia, porque como expresa Holloway, si el poder es ubicuo la resistencia, que es también poder, puede ser también ubicua. Y lo es. Hoy la resistencia es más heterogénea que nunca, y se expresa de mil maneras a lo largo de la geografía del planeta. Por eso Guattari es una definición muy poética nos dice que tratar de dibujar la geografía de la resistencia es trazar la cartografía del deseo. Porque, al igual que desde el poder se intenta dominarnos cada vez más a través del control de nuestra intimidad, de nuestro deseo, éste reacciona contra la opresión creando formas nuevas de acción o evasión.

Resistir es una forma de amar, tal y como dice uno de los mas bellos versos de Eduardo Galeano, de amarnos a nosotros mismos, de amar a la vida que arde en la constitución profunda de nuestra existencia. La resistencia puede ser inconsciente, como respuesta a una pulsión primitiva, clandestina o visible, creadora y transformadora. Pero en todo caso es una forma de buscarnos a nosotros mismos, hacia adentro y hacia afuera, en la particularización y en la comunidad.

Un debate fundamental en torno a los movimientos sociales en la posmodernidad es el que intenta determinar si es posible la acción colectiva de aquellos para lograr transformar el sistema realmente, o si en los tiempos paradójicos de la mundialización-fragmentación la acción va a estar siempre atada al territorio y, por lo tanto, va a ser ineficaz contra el poder desterritorializado.

Creemos que las técnicas cada vez más refinadas de sometimiento ofrecen alternativas nuevas a los individuos para utilizarlas con el fin de desarrollar nuevas formas de contrapoder. El caso de la publicidad y la contrapublicidad es claro. El desarrollo de internet posibilita el establecimiento de redes de un lado a otro del mundo, la creación de comunidades de intereses, y la fluidez de la información deja hueco para la contrainformación.

La globalización económica aumenta las contradicciones entre riqueza y pobreza, entre norte y sur del mapa, entre democracia representativa y democracia real. Y cuando la brecha se abre la tensión aumenta y se hace más posible la reacción. Pensamos en el mundo desde nuestro propio ombligo, y olvidamos que es más amplio de lo que creemos a pesar de que el conocimiento nos ha llevado a dar mil vueltas al planeta. Los cambios en otros continentes, afectarán al nuestro debido sobre todo a la facilidad de transmisión de la información que el poder usa para extender su ideología. Las transformaciones políticas en América del Sur dan un ejemplo claro de que la historia no ha terminado.

La desnudez a la que nos somete el postfordismo, la desmovilización y el empujarnos hacia la satisfacción de nuestro deseo, hace que éste se sitúe en el centro de la resistencia, que desde la reacción del individuo se vayan tejiendo redes individuales y colectivas afectadas por la indignación que el propio sistema produce y publicita. La multitud multiforme, que ha sido despojada de las seguridades que la hacían ser Pueblo, reacciona y va tejiendo una red subterránea de deseos coincidentes y compartidos.

En fin, hemos visto que la resistencia puede ser individual o colectiva, territorializada o no, difusa, inconsciente, visible u oculta, pero siempre creadora, frente a la imposición que viene desde arriba. Nosotros compartimos la idea de que es cierto que si los rizomas, las redes, no consiguen desarrollar una acción organizativa colectiva con una finalidad transformadora el poder continuará reformándose constantemente ante cualquier contrapoder que le afecte, y terminará asumiéndole y convirtiéndole en parte del sistema.

Es necesario que los movimientos sociales tengan una visión colectiva, cada vez más engranada, que posibilite la acción global. Para eso es necesario que se ejerza también una resistencia política desde los Estados, que éstos asuman las reivindicaciones de los diferentes pueblos que los conforman, de sus variados movimientos sociales, y les permitan expresarse como tales en la refundación de la política. En este sentido América del Sur está viviendo experiencias muy esperanzadoras de enfrentamiento al poder económico transnacional intentando no perder de vista a los poderes locales que reivindican desde abajo y a las necesidades transnacionales del entorno.

Como hemos visto en el caso concreto de los movimientos contrapublicitarios, la resistencia contra el núcleo del sistema económico-ideológico es variada, difusa, pero cada vez más extendida por el planeta. Las tecnologías de poder se enfrentan intentando deglutirlos y hacerlos parte de su propia acción, pero perpetuamente surgen nuevas expresiones que reaccionan ante esto. Son movimientos heterogéneos, diversos, que van desde la acción individual a la colectiva, que utilizan medios tecnológicos más o menos avanzados, que parten desde el juego o desde la indignación, que utilizan la denuncia, la ironía o la risa indiferentemente, pero siempre parten de ese deseo de enfrentarse a lo que intenta someterles y convertirles en meros espectadores del mundo.

La resistencia ante las violaciones de lo privado por parte de la publicidad comparten las mismas motivaciones que la resistencia en sí misma en sus mil caras. Son muchas, pero nosotros destacamos cuatro:

En primer lugar, son movimientos que intentan recuperar el espacio público, tanto urbano como íntimo, frente a la invasión de aquél por los intereses ideológicos y productivos. El propio sistema que crea los mitos del yo libre acaba viendo como se acaba volviendo contra él ante la realidad del sometimiento. Se trata de recuperar la calle, como expresión del conflicto, de la vida, de la libertad.

La risa y el humor son parte esencial de la contrapublicidad, de la resistencia en general, como señaló Bajtin. Mediante la ironía, la parodia, el resistente se ríe y se libera a la vez, e intenta transmitir esa energía al consumidor para que este cuestionamiento de la realidad impuesta acabe por cuestionarle a sí mismo. La risa se contagia, y el poder lo sabe y la teme.

A pesar de que la resistencia sea expresión individual, en el fondo es parte de una lucha colectiva que se puede percibir con mas o menos claridad. Sólo tomando conciencia de esa colectividad de la situación, porque el sistema capitalista siempre ha sido un sistema de producción global, se pueden redirigir las múltiples formas de resistir hacia el objetivo de transformar la ideología dominante. El poder intenta separarnos, aislarnos, que sólo veamos nuestro propio deseo, cerrando a los ojos al resto. La resistencia que parte de ese deseo lleva la dirección contraria, recuperar los vínculos y el sentido de comunidad global. El poder singulariza para controlarnos, la resistencia busca redes, comunidades, para liberarnos.

Por último, como hemos visto a lo largo de todo el texto, resistencia y vida van unidas de la mano. Resistir es buscar estrategias de supervivencia, desarrollar alternativas frente a las ansias de control administrativo y mental de los individuos. La resistencia surge de esa fuerza vital y creativa que todos llevamos dentro y que, en el fondo, es lo que se intenta eliminar mediante el sometimiento. Resistir es una forma de amar, de amarnos a nosotros mismos como individuos vivos, y de amarnos como miembros de una comunidad en la que participamos y en la que nos encontramos los unos a los otros.

En todo caso, la resistencia siempre se ejerce en alguna de sus formas. Todos nosotros la llevamos a cabo en cualquier momento, ya sea como forma de supervivencia, o como estrategia de visibilización. No toda resistencia supone una búsqueda consciente de una transformación del sistema, pero como hemos visto toda resistencia, consciente o no, incide en el juego de poder y, por lo tanto, transforma. Sea como sea, para nosotros sería deseable. que los sujetos a la deriva en la multitud consigan organizar redes que se extiendan con el fin de transformar el sistema de producción, hacia otro que consiga una redistribución más justa de la riqueza, y que logren así un mundo en el que la creatividad individual sea la base de la acción desde una perspectiva colectiva.

Como expresan Gilles Deleuze y Felix Guattari en Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia,

“No nos falta comunicación. Al contrario, tenemos demasiada. Nos falta creación. Nos falta resistencia al presente”

En definitiva, la resistencia siempre se da, con creatividad política o sin ella. El poder en el posmodernismo es también una relación de fuerzas. Pese a las cada vez más refinadas tecnologías de sometimiento, la multitud resiste.

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