martes, 17 de marzo de 2009

3.3-La cultura popular como forma de resistencia

La hegemonía, el discurso oficial, impone una versión del mundo que se extiende a través de la cultura de un periodo concreto de la historia, a través de las expresiones culturales tamizadas por ese discurso oficial. Sin embargo, como dice Michel Foucault, donde hay poder hay resistencia, porque el poder no es solamente una coerción, una mera imposición, sino que fluye y se diversifica ramificándose y extendiéndose por toda la estructura social, desde las altas instancias políticas hasta los actos mas cotidianos ( ).

En este marco de referencia de una verdad construida y normalizada, que crea las reglas del juego de la comunicación, y que establece los límites desde dentro de los cuales el sujeto tiene movilidad y autonomía para resistirse, se produce también un ejercicio de los discursos. Por un lado los discursos hegemónicos que parten de la Ideología de la Sociedad concreta en que se desarrollan. Por otro, los discursos alternativos, resistentes, que en permanente diálogo con los discursos dominantes van construyendo y provocando un continuo conflicto de micropoderes y microsaberes, estratégico. ( ).

El crítico literario Mijail Bajtin, en sus estudios sobre la cultura popular y en su descripción de los personajes literarios, por ejemplo en la obra de Dostoievsky, nos acerca a una expresión cultural de la resistencia que bulle, por debajo de la cultura oficial hegemónica, tanto en el plano social como en el individual. No se trata de una resistencia política directa, sino de estrategias de supervivencia ante la normalización que se transmite desde las diversas tecnologías de gobierno que ejercen los poderes políticos.

En su obra La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento (Bajtin, 1990) concluye, después del repaso a la obra de Rabelais y su uso de la cultura popular, que ésta se deja de lado habitualmente a la hora de estudiar una determinada Ideología, una determinada época, que solo se tienen en cuenta las representaciones culturales hegemónicas, lo que diría Walter Benjamín, “La mirada del vencedor” ( ).

De este modo se dejan de lado las voces que se resisten en la vida cotidiana de los dominados. En este sentido coincide con los estudios culturales que hace Foucault rastreando como se representa el poder y la resistencia, tendiendo siempre en su búsqueda a localizar lo que se excluye, los nódulos que se intentan ocultar: los locos, los presos, los pobres, los mendigos, los hombres infames.

Bajtin describe como a pesar del surgimiento de los Estados modernos y de la “cultura seria” con que se justifican y asientan, existe una resistencia popular, una cultura popular que se expresa de manera cómica y cósmica. Una cultura popular que no es monolítica, sino que se basa en una concepción del mundo en progreso, en constante cambio, inacabado, frente a la intención inmovilista que se ejerce desde el gobierno de las Instituciones o de las almas que tiende a mantener bajo control todo cambio o evolución.

En una determinada época histórica no sólo existe lo que se visibiliza a través de las prácticas culturales hegemónicas, sino también todo lo que se invisibiliza interesadamente por los intereses inmovilistas de los grupos que detentan el poder. Es decir, se saca fuera de escena el conjunto de fuerzas que el poder necesita controlar porque suponen una expresión del contrapoder, de contracultura. En su obra sobre la cultura popular Bajtin señala que los poderosos ven con temor como se escapa la vida de su control político y cultural, cómo las clases populares expresan en su rutina cotidiana una resistencia ante la imposición del discurso y las formas dominantes a través de su cultura espontánea, carnavalesca, humorística.

Como escribe en las conclusiones finales de la obra señalada,

“No podemos comprender adecuadamente la vida y la lucha cultural y literaria de las épocas pasadas si ignoramos la cultura cómica popular particular, que ha existido desde siempre y nunca se fusionó con la cultura oficial de las clases dominantes. (…) Todos los actos del drama de la historia mundial tuvieron lugar ante el coro popular que reía. Sin escucharlo, resulta imposible comprender el drama en sus verdaderas dimensiones”. (Bajtin, 1990: 430).

La Ideología dominante tiende a ocultar las expresiones populares alternativas, el discurso oculto, que en sus múltiples caras, en su polifonía ( ), se escapan de las manos de los privilegiados a través de la vida que ríe, de la ironía, del carnaval, de la fiesta. Y esto Bajtin lo aplica igualmente al estudio de personajes literarios populares, como los hermanos Karamazov o el Raskolnikov de Crimen y Castigo, en lucha y resistencia continua de todas las voces que los conforman, que vienen de lo popular, ante la imposición del estándar normalizado de acción y pensamiento.

El humor carnavalesco, la burla, la ironía, el placer, lo escatológico, como expresiones de lo popular, son el enemigo más peligroso del poder, desde la plaza publica, desde la multitud incontrolable, que se ríe de lo impuesto, del impostor, del poderoso, mientras éste le mira con miedo y por eso elabora tecnologías de sometimiento que se van renovando conforme la risa y la ironía la superan.

En este sentido, existe una polifonía de voces en toda sociedad, una suma de tensiones diversas que ocultas bajo la imposición de la visión correcta de las cosas, de la manera de pensar el mundo conveniente para la clase hegemónica, se siguen moviendo mas o menos soterradas y que aparecen en la cotidianeidad.
Como explica Bourdieu, la hegemonía no es una imposición directa a los dominados, sino que limita las formas de expresión, pone los límites entre los cuales el individuo en su devenir diario puede individualizarse desde el habitus que le estructura. El discurso hegemónico existe y los discursos populares se van desarrollando en estrategias de resistencias para poder expresarse bajo aquel.

Walter Benjamín hace un ejercicio similar a Bajtin en el plano del análisis de la historia. El dice que la historia oficial es la de aquellos que vencen en el enfrentamiento de las tensiones múltiples que se dan en cualquier momento histórico (todo momento histórico es el “tiempo presente”, el de cada ahora determinado), y tras la victoria silencian la voz de los derrotados que, a pesar de esto, siguen existiendo con sus voces calladas en busca de huecos, grietas, oportunidades de expresión y resistencia ( ).

La propuesta de Benjamín de hacer una “historia a contrapelo” (tesis VII de su Sobre el concepto de historia), de deconstruir la voz hegemónica mirando hacia atrás para ir desvelando las voces vencidas es paralela al análisis de Bajtin de la cultura popular, la voz de la plaza pública, de los gobernados, silenciados por la “cultura seria” en las expresiones aceptadas como cultura oficial pero con huecos para expresar su manera cómica, histórica, cotidiana, irónica, de vivir la cotidianeidad, tanto como forma de supervivencia rutinaria como tanto manera de resistencia política… Y no se trata de dos formas polarizadas, sino constantemente entremezcladas.

Por otro lado, la risa, el carnaval, la burla y la parodia, no como critica negativa, sino como expresión vitalista del constante revivir y renacer del mundo, en la Edad Media y sobre todo durante el Renacimiento son la expresión de esa vitalidad del hombre, de esa transformación social en la que el hombre se va ubicando en el centro de la historia, de la vida, y derrocando a la visión jerárquica del mundo rígido medieval.

Pero a pesar de esto, lo que Bajtin hace es demostrar que a partir de su análisis de la cultura popular, y extensivamente hacia el futuro, tenemos que entender que a pesar de que cada día las tecnologías del poder son mas persuasivas y omnímodas, donde hay poder hay posibilidad de resistencia, como remarcará Foucault, y que el desarrollo del poder no es monolítico y unidireccional, sino que cada momento histórico, como también diría Benjamín, es expresión de tendencias múltiples en tensión, en una lucha cotidiana en el devenir del tiempo.

Bajtin estudia el caso concreto en que la cultura popular en el contexto histórico en el que se produce el cambio de paradigma entre lo medieval y lo moderno, en la que el hombre sigue unido a ese devenir pulsional, natural, irracional, y es a la vez gestador de un proyecto racionalizador que caracteriza a la modernidad. La Razón aun no ha tomado ese papel dogmático uniformizador que irá asumiendo progresivamente pero ya empieza a cuestionar al orden sobrehumano y jerárquico impuesto por la rigidez medievo cristiana.

Pero esa existencia de lo popular, de lo cómico como expresión de ella, de lo cósmico y pulsional entremezclado, es una fuerza que discurre en cualquier sociedad aunque se invisibilicen todas los discursos y voces bajo el discurso oficial hegemónico.

En este contexto, tenemos que señalar también la obra del antropólogo norteamericano James Scott. Estudia en su libro Los dominados y el arte de la resistencia (Scott, 2003) el ejercicio de la resistencia desde el uso de los discursos, en el sentido amplio de la palabra, es decir, como prácticas culturales, leyendo estas como textos. Scott, como hizo E.P. Thompson en La formación de la clase obrera inglesa, parte de la idea de que los discursos desembocan en prácticas políticas desde lo ideológico-cultural, enfatizando los discursos frente a las condiciones materiales de la existencia al contrario que hace el autor ingles.

Para Scott la importancia del discurso como forma de resistencia es esencial, y pone en cuestión las teorías gramscianas sobre la hegemonía en la cual el conformismo supone la aceptación inconsciente de la Ideología dominante. En este sentido, el consentimiento y la sumisión sería simplemente una estrategia que se liberaría a través del discurso oculto, del discurso popular o, mejor dicho, de los discursos populares que se desarrollan, a veces de forma abierta, otras de manera oculta, frente a la imposición de los poderosos.

No se trata de resistencias contraideológicas organizadas, sino más bien de una política cotidiana que es lo que denomina, al estilo de Foucault, “el arte de la resistencia” o”Infrapolitica” que sirve para “negociar discretamente las relaciones de poder” (Scott, 2003: 225). Así, esta “Infrapolitica” es la forma elemental y cotidiana de la política, que está enfrentada a los roles establecidas no sólo en lo popular, sino también por las clases dominantes. Este concepto está en la línea del “micropoder” foucaultiano, como expresión del poder que fluye por todos los intersticios de la sociedad que constituye y que es expresión de los conflictos cotidianos entre tensiones diversas.

Por último, queremos hacer hincapié en la importancia que da Bajtin a la risa, al humor, al lenguaje de la plaza pública como forma de expresión popular, como elemento central de esa cultura vitalista y transformadora que se enfrenta en lo cotidiano a la rigidez oficial. En los textos de Rabelais esa risa es el protagonista central de las expresiones culturales del pueblo, ya que este tenía una concepción cómica y cósmica a la vez de la vida, en perpetua transformación. Mediante el humor se reía del dogmatismo que caracterizaba la cultura oficial antes del Renacimiento, y mostraba su concepción del hombre integrado en la vida en perpetuo cambio, en constante transformación.

De ahí que la risa no fuera algo unidireccional, sino que relativizaba todo, incluso las propias expresiones populares, el mismo cuerpo humano, las instituciones, la misma vida y la misma muerte. En palabras del propio Bajtin,

“Una importante cualidad de la risa en la fiesta popular es que escarnece a los mismos burladores. El pueblo no se excluye a sí mismo del mundo en evolución. También él se siente incompleto; también el renace y se renueva con la muerte, (…) la risa popular ambivalente expresa una opinión sobre el mundo en plena evolución en el que están incluídos los que rien” (Bajtin, 17).

A partir del siglo XVIII, la progresiva estatalización de las sociedades y sus expresiones y discursos hace que la fiesta popular se vaya relegando a espacios controlados por la administración de la vida. El biopoder comienza a administrar también la expresión libre de la vida en la cultura popular.

“La cosmovisión carnavalesca típica, con su universalismo, sus osadias, su carácter utópico y su ordenación al porvenir, comienza a transformarse en simple humor festivo. La fiesta casi deja de ser la segunda vida del pueblo, su renacimiento y renovación temporal. Hemos destacado el adverbio “casi” porque en realidad el principio festivo popular carnavalesco e indestructible. Reducido y debilitado, sigue no obstante fecundando los diversos dominios de la vida y la cultura” (Bajtin, 37).

Con estas palabras Bajtin nos indica que la risa, la relativización de los dogmas, el cuestionamiento de la “cultura seria”, tienen que ser tenidas en cuanta a la hora de analizar y comprender cualquier sociedad, a pesar de que las técnicas de administración de la vida sean cada vez mas refinadas y persuasivas, porque como explicó contundentemente Foucautl, haya donde hay poder hay resistencia ( ).

La risa tiene un “vínculo indisoluble y esencial con la libertad” (Bajtin, 84), con la libertad cosmológica espontanea, unida al devenir, al cuestionamiento paródico de las cosas, a terrenalización de la vida en contra de la dogmatización de los principios del comportamiento y de la opinión, o de la mitificación de las ideas que conforman la cultura oficial (la Razón, el Progreso, el Bien…).

En este sentido, tenemos que reivindicar esa capacidad de la risa, de la parodia, para escapar de la normalización social, tan poderosa en la sociedad actual donde las tecnologías de la gubermentalización son muy poderosas y llegan hasta los rincones más íntimos de la mente y del cuerpo. Mediante esa relativización humoristica de la vida, se escapa de la solemnidad de los discursos oficiales y de las formas de comportamiento constreñidas por una opinión pública construida dede los intereses de los administradores del poder.

De este modo, la risa tiene un componente de contrapoder que también señala Bajtin, de cuestionamiento y de escape a través del humor y de la alegria. Asi en las representaciones culturales del pueblo, fundamentalmente carnavalescas, se daba la vuelta a las asunciones oficiales y se dejaba rienda libre a la libertad que asumia el movimiento del pueblo y su contitua transformación, esa energía que hacia que cualquier acontecimiento fuera positivo, lo que Nietzsche llamó “el santo decir sí” a lo que el devenir en su incontrolable movimiento ambivalente provocara en cada momento.

“La comicidad medieval no es una concepción subjetiva, individual y biológica de la continuidad de la vida; es una concepción social y universal. El hombre concibe la continuidad de la vida en las plazas publicas, mezclado con la muchedumbre en el carnaval, donde su cuerpo entra en contacto con los cuepos de otras personas de toda edad y condición; se siente partícipe de un pueblo en constante crecimiento y renovación. De allí que la comicidad de la fiesta popular contenga un elemento de victoria no sólo sobre el miedo que inspiran los horrores del más allá, las cosas sagradas y la muerte, sino también sobre el miedo que infunden el poder, los monarcas terrenales, la aristocracia y las fuerzas opresoras y limitadoras” (Bajtin, 87),

Creemos que, como dice Bajtin, la risa tiene un carácter de llave para cuestionar los discursos oficiales, la manera correcta de ver el mundo, en el nuevo capitalismo, en el que el miedo es un carácter esencial para facilitar la aceptación de la unidireccionalidad de la historia, y los dogmas económicos que se imponen como incuestionables.

En cuanto a esto, y como ejemplo del poder de ironía como forma de cuestionamiento social, podemos citar el artículo de Linda Hutcheon “La política de la parodia posmoderna” (Revista Criterios, La Habana, edición especial de homenaje a Bajtin, julio 1993, pags 187-203), donde la autora sostiene que la parodia o cita irónica, que es un recurso comun del posmodernismo artístico, es “una forma problematizadora de los valores, desnatularizadora, de reconocer la historia ( y mediante la ironía, la política) de las representaciones”. Por tanto, y esta es su conclusión final, es una “herramienta deconstructiva” esencial, es decir, un recurso de distanciamiento y rebelión contra los valores, principios o ideas rígidas que la hegemonía cultural extiende (o intenta) por todos los intersticios de la sociedad.

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